OTELO
Shakespeare es un narrador del alma humana. Toda aproximación a su literatura se ha de emprender desde la mente de un visionario que supo sobrevivir a un florido periodo isabelino en el que los deslices se pagaban con sangre. Sus grandes creaciones tienen nombre propio; sus entornos espacio-temporales son convenientemente lejanos. Hay un príncipe de Dinamarca, un mercader veneciano, unos amantes veroneses, nobles escoceses, habitantes de islas exóticas, reyes de contrastada y solvente antigüedad. La enseñanza extraída de todos ellos no podría aplicarse a su reina contemporánea, famosa por su poco sentido del humor y su mucho gusto por eliminar críticos y exégetas desde la cúspide de su regia pirámide.
Otelo es representante, en su marcada humanidad, de los celos. Para explicar sus defectos, deja claro, en un nada sorprendente mensaje racista, que es moro y vive en Venecia, salvándose el autor de sospechas posibles.
La Puerta Estrecha, espacio mágico no sólo ya “réservé aux connaisseurs”, nos brinda otra apuesta shakespeariana. Sin intentarlo, cohabitan este espacio “La tempestad”, definitivamente laureada y aplaudida, y este “Otelo” de sabores y ecos actuales. Con un concepto organicista, el universo del autor late a un mismo son; todos los miembros dependen de un tronco común; todo mal tiene su origen en la debilidad, el ataque al poder de origen divino y la ruptura de la estructura social coronada por la realeza. Aquí se siembra y se abona la cizaña de los celos, se riega bien y, al sol, se deja germinar. Todo ha de terminar con el restablecimiento de otro equilibrio, injusto e inestable, con la tasa previa de víctimas y dolor.
Es atractivo el esfuerzo y la constancia de Actoral Lab, introduciendo con riesgo elementos tan contemporáneos como el comercio de armas y personas, la adoración al dinero, la inmigración, la violencia de género, la manipulación y una erotomanía que ahoga otras pulsiones. Tantos ingredientes se vertebran alrededor del núcleo argumental clásico, con inserciones sorprendentes que no desentonan en ese universo temporal. La compañía defiende con soltura y buen hacer una apuesta en la que la actualización no era fácil. Hay mucha expresión corporal, mucha convicción y mucha vocación en estos actores que, de modo global, salvando irregularidades, presentan un fresco en el que se notan demasiado algunos brochazos frente a otros efectos espléndidos. Saben cómo jugar con el espacio y lo exprimen en su propio beneficio incluso cuando tratando de empatizar con la actualidad hacen comparaciones que directamente abofetean ese sentido pragmático del que abusaba William para no perturbar a la intocable Inglaterra. Aquí no se escatiman esfuerzos para poner a cada espectador la imagen que refleja ese abuso del poder desde cualquier país o estamento, lo cual no sabemos si puede resultar demasiado obvio al espectador. En definitiva, una apuesta que afianza el teatro que se hace desde la resistencia en las trincheras de este «off» que cada día se muestra más diverso, activo y sorprendente.
Dirección – Paco Montes y Lucas Smint
Versión – Paco Montes
Escenografía – Jose Helguera
Iluminación – Luz E.T.
Vestuario – Pablo Porcel
Reparto:
Ivan Calderón – Otelo
Yaldá Peñas – Desdémona
Antonio Alcalde / Iñigo Elorriaga – Yago
María Herrero – Emilia
Iñaki Díez – Casio
Óscar Varela – Rodrigo
