Los seres humanos somos trashumantes; la esencia del viaje reside en nuestro código genético. Es larga la tradición literaria en la cual Kavafis, Verne, Homero y Manrique nos hablaron de cambiar y fluir, de movimiento e inconformismo. Es preciso despojarse de ropajes inmovilistas y, ligeros de equipaje, abandonarse a universos sin fronteras. La literatura, la sensibilidad y la belleza son armas poderosas con las que iniciar cualquier periplo con garantías de éxito personal.
Lorca es un ciudadano del mundo. Adornado de todos los localismos posibles, con la autenticidad de quien se ha sumergido en las claves de su entorno, logra una dimensión global con imágenes potentes, con el conocimiento visionario de los genios, con la anticipación de los mártires y con la llave de una técnica aprendida, elaborada y trascendida. Lorca fue un gran viajero de dimensiones astrales; se atrevió a mezclar su entorno andaluz con negros estatuarios, metáforas galácticas, continentes descubiertos y atavismos telúricos.
El tándem Samuel Blanco-Flor Saraví nos acoge en este nuevo desplazamiento de palabras ya oídas pero siempre nuevas. Es otro concepto de viaje con raíces porteñas, donde Lorca vivió etapas luminosas y donde, con certeza, nuevas sorpresas nos aguardan. Tras una estructura compleja, Flor nos empuja a un no-recital, a una no-declamación. Nos recibe en su locus amoenus con la sansula; nos abraza, a veces opresivamente guiándonos por este fluir de registros, gestos, voces y buena escuela. Recorremos con Federico este camino suyo de etapas a veces discontinuas, aunque siempre coherentes. Todo paisaje vital es fragmentario, especialmente al mezclar distintos géneros. Flor nos lleva de la mano con su sonrisa para que el hiato entre tales cimas sea salvado sin riesgos. Y como guía es la mejor. Estos “Caminos de Federico” son, en voz de Whitman, “paths untrodden”, senderos no hollados. Nos sobrecogen la intensidad de estas vivencias, la impronta personal que enriquece el caleidoscopio de tanto Lorca previo, igual pero distinto, la delicadeza vocacional de este montaje y el infinito respeto a un personaje y un mensaje ya plenamente universales. Recurren a elementos de teatro ambulante, a un escenario minimalista y eficaz, a percusiones y ritmos raciales y orientales, a la esencia semántica de cada elemento, a la pureza del mensaje.
Tras este viaje y, recibidos de nuevo en la estación conformista de nuestra partida, la oscuridad de la noche nos recuerda el periodo en el que hemos sido otros. No somos el mismo rio con la misma agua. Hemos vivido otras vidas y, con el amor de Flor y de Samuel, hemos sufrido y reído, hemos viajado y regresamos iguales, pero no del todo.
Dramaturgia: Luis Pasqual
Dirección: Samuel Blanco
Interprete: Flor Saraví