Hay personas que podrían engancharse a su sonrisa y permanecer colgados de la comisura de unos labios que sin hablar pueden llegar a decir mucho. Otros pueden descolgarse por el brillo de una mirada luminosa con fragilidad disfrazada de eterna dualidad en debate entre lo perverso y lo tierno, pero yo (y hablo también por boca de otros, me consta) desde esta noche me declaro absolutamente enamorado de esos rincones oscurecidos, amenazadores, retorcidos y tan atractivos de la mente de Carlos Be.
La Compañia La Cósmica ha trasladado, con todo su arte y su intención, hasta un espacio tan acogedor y especial como Selectos Puraenvidia la obra «Achicorias», escrita por Carlos, dirigida por Helena Tornero e interpretada magistralmente por Gemma Charines y Paco Aldeguer. Tres relatos breves que nos sumergen en realidades atormentadas y nos sirven de catálogo de miserias. La directora ha captado perfectamente la dramaturgia del texto y lanza las redes hacia un público, entregado desde el primer momento, que disfruta retorciéndose de inquietud y asco en su asiento. Paco Aldeguer juega con distintos registros vapuleando nuestros sentimientos desde la ternura hasta el odio y son sus personajes los que directamente abofetean al espectador que quiere permanecer ajeno, indemne y, de repente, se ve sorprendido porque de sus aplausos depende el destino de una mujer que no tiene salvación. Gemma Charines arranca nuestra sonrisa durante los primeros instantes de su actuación y cuando descubres la trampa ya no puedes escapar de la lazada que ha amarrado nuestros sentimientos de compasión. Sus golpes son nuestros golpes, su humillación nuestra tortura.
Es imposible salir indemne de una obra de Carlos Be. Siempre abandonas el teatro con la sensación de que algo ha crujido dentro de ti, de que se ha rasgado un velo que produce escozor y te acompaña varios días. Por eso son tan reconfortantes las experiencias que este autor puede hacer vivir. Te sientes como ese Valentín de «Achicorias», que permanece inocente y entusiasmado en los vestíbulos de colores de los hoteles a punto de descubrir que en aquel lugar resulta que también hay habitaciones.
Por eso, me gusta quedarme en uno de esos rincones oscurecidos de la mente del autor. No quiero células fotoeléctricas que iluminen ante cualquier gesto este universo de Carlos Be; quiero permanecer tenso, inmóvil, expectante, sintiendo el latido acelerado del corazón, saboreando cada palabra, observándolo todo.
Sí, ¿por qué no? Compartir la experiencia personal que una obra de teatro pueda dejar en cada uno, supone enriquecernos colectivamente con algo tan necesario y revolucionario como es la cultura.
La sumisión violenta de la que habla Carlos Be en esta obra nos conmueve más que todas las noticias con tintes tremendistas y sensacionalistas que por desgracia leemos, oímos y vemos continuamente en los medios pero que olvidamos a continuación como olvidamos el dolor ajeno.
En ese espacio mínimo, que en horario laboral sirve de comercio de objetos de segunda mano, de pronto se baja el cierre y da comienzo la narración de tres historias de dolor y soledad irremediables. Valentín, Clara y Kitty. Tres historias que nos zarandean sin compasión con la fuerza de las palabras, que lanzan su golpe directo al hígado de la indiferencia. Las imágenes, crueles, se hacen poesía porque nos conmueve: El horror de Clara ante el ruido tras aquella pared, esa pared, esta pared… que se hace ya presente en todas las paredes. Ese atlas del dolor que Valentín quiere borrar del cuerpo de su madre. Ese margen del camino, cuneta de la vergüenza donde crece la humilde flor de tanto dolor… flores violetas, marrones y amarillas de los golpes que mancillan la dignidad.
Cuando tras el fundido en negro se ilumina la sala y los dos actores, qué grandes los dos, se desprenden de sus máscaras, sientes alivio y te relajas, pero ya llevas dentro de ti el dolor compartido que el autor ha inoculado en tu conciencia.
La sala se hace entonces lugar de encuentro y ves allí a actores que te han llevado a otras emociones y que han compartido contigo éstas. Me apetece decir que allí estaban Carmen Mayordomo que compartió con nosotros su próximo proyecto e Iván Ugalde que nos ilustró con otros aspectos de las obras de Carlos Be. Allí Paco Aldeguer y Gemma Charines, que después de haberlo dado todo en el mínimo escenario comparten su experiencia con la generosidad de los más grandes. Y allí, por supuesto, está el autor, Carlos Be, demiurgo de emociones que conocedor de lo versátil del criterio del hombre deja que seas tú quien descubras por ti mismo sus propuestas.
Gracias a todos. También a los que mantienen esa pequeña sala Selectos Puraenvidia en tiempos tan difíciles para la cultura.