Texto y dirección
Darío Facal

Todos somos actores.

   Con los indisimulados perfumes de Erasmo de Rotterdam y Flaubert, Darío Facal unge, desde la dirección y la autoría con su aroma escénico personal, esta propuesta protagonizada por Agus Ruiz, Mario Alonso, Bárbara Santa-Cruz y Ana Janer. Es clara heredera del vodevil de puertas y la sitcom en la que todo ocurre en un salón de casa. Se comienza a levantar la pirámide con el encuentro circunstancial de Mario y Agus, cada uno con sus carencias y necesidades. La casa de Mario establece el cuartel general en el que la acción se desarrolla y aparecen otros escenarios adicionales para escenas secundarias. Es la confianza lo que les permite pasar al territorio de la confidencia y la integración posterior de cada una de las demás protagonistas.

    Con los mimbres de la comedia se teje un universo de relaciones e interacciones. Todos los referentes del humor con los que hemos crecido confluyen aquí y el humor compasivo coloca a los personajes en el territorio analítico de la observación de sus pequeñas miserias y limitaciones. El tono episódico y veloz facilita la agilidad de los diálogos y provoca la risa nada inocente y la sonrisa reflexiva. Todo el elenco (excelente en su convicción y técnica) defiende sus territorios individuales con gracia y buen hacer, con buena dicción y bajo una enérgica y complicada dirección escénica.

    La escenografía es alocadamente prodigiosa, con un espacio/loft integrado alrededor del cual el mundo exterior desemboca en ese salón polivalente de convivencias y desencuentros. Los ámbitos periféricos son la sede de los planteamientos y se generan distintos estratos de realidad que se sustancian en el altar central… Hay teatro dentro del teatro, hay ruptura de la cuarta pared, hay disparatados elementos que aportan atractivos toques de exceso y hay todas las especias posibles para que esta salsa ligue bien y corone un buen plato de sabores dispares.

    La vida toda desfila bajo el microscopio implacable del autor y las arañadas lentes de los personajes. Nada escapa ni a su análisis ni a sus simplistas y tópicas opiniones, respectivamente. Tras esta exhibición impúdica resta nuestro diagnóstico cómplice, culpable, acusador o reo, como parte de este milagro de identificación dramática llamado teatro.

Lo mejor:

El ágil proceso de construcción de los distintos planos de realidad y la escenografía.

Lo peor:

Aunque parezca contradictorio, algunos elementos de la escenografía que impiden la visibilidad completa desde ciertas butacas.