ETERNO CREÓN (LA TEBAIDA)
Los mitos hablan de eternidad, de orden dentro del caos, de identidad. Toda sociedad necesita explicar y afianzar su historia por medio de leyendas que hunden sus raíces en la noche incierta del pasado. Los griegos son maestros en la cosmogonía y la teogonía; su lógica matemática tiñe a los personajes de defectos y virtudes universales, de pulsiones y cadenas inevitables, tan humanas que liberan, como un mosaico en el que todas las teselas encajan, al individuo de la angustia ante la perpetuidad.
Jean Racine se aventuró, en pleno siglo XVII francés, a llamar con seriedad académica a la puerta de una familia en cuyo seno se dan todas las patologías posibles. Nombres tan evocadores como Edipo (ya fallecido), Yocasta y Creonte comparten apellidos y proximidad al poder. El tema no constituía novedad alguna: ya había sido tratado anteriormente por Esquilo, Eurípides y Séneca dentro del ciclo tebano. Creonte es una sombra (perfectamente presente durante toda la representación) catalizadora que desata el interior más oscuro de dos hermanos ante el poder. El poder, como en “King Lear” (mensaje a los monarcas), se ejerce por derecho divino y nunca ha de ser delegado ni repartido/compartido. El poder detentado por quien no debe sólo conduce al caos en un universo piramidal cuya cúspide es ocupada, como un astro que ilumina la creación toda, por el soberano.
Manuel De no engaña en ningún momento . Al comienzo del montaje van apareciendo distintas escenas que veremos después durante la obra. Y ahí está la clave. Fotos fijas del peso del pasado que se repiten eternas a través del tiempo. Carmen Mayordomo de nuevo nos atrapa desde una Yocasta paridora de odio, desgarrada por el dolor de ver a sus hijos abocados al combate mortal, intentando mediar en una guerra perdida de antemano. Memorable, perfectamente hilada y potenciada por unas imágenes devastadoras resulta la escena entre Etéocles ( Ivan Ugalde) y Polínice (Manuel Dominguez) cuando rememoran su niñez, germen de una enemistad envuelta en versos de Lorca. Y todo ello bajo la atenta mirada de Creonte (Jesús Calvo) , sibilino, ambicioso, ávido de poder. Como un espantoso Saturno capaz de devorar a sus propios hijos con tal de conseguir su fin. Pero todo esto es sólo el fondo, la esencia. Afortunadamente el montaje va mucho más allá, tejiendo una malla atemporal que ciñe presente y pasado porque Creón por desgracia siempre será eterno.
Afortunados de volver a encontrarnos con esta pareja mágica Carmen Mayordomo/Iván Ugalde, versátiles, creíbles, conmovedores y eternamente humanos, con la eficacia del largo recorrido y la vocación del trabajo bien hecho. Jesús Calvo y Manuel Domínguez son buenos compañeros de viaje en esta aventura multidisciplinar de juego y diálogo con el público, con atractivos elementos visuales y sonoros en un escenario circular de constante retorno y con guiños a un presente mucho más antiguo de lo que nuestra pobre visión nos permite apreciar. Tras pasar por unas paredes tan queridas como las de Nave73, esta nao fondea ahora en el Teatro Galileo, un espacio rico con las posibilidades que se han de brindar a apuestas dignas y tan necesitadas de cariño y respaldo. La emoción ha de tener su sitio.
En definitiva, si quieres ver algo potente, una mirada de tú a tú donde continuamente se cuestiona una actualidad corrompida, manipulada y bicéfala, ésta es tu obra.
TRAGYCOM