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MBIG

No era fácil, nada fácil, alimentarse de Macbeth para, una vez masticado, tragado y filtrado a través del tamiz de tu inteligencia artística, regurgitar una adaptación adecuada y acomodada a un espacio único sin perder un ápice de la esencia del espíritu de su espíritu original. No es que sea complicado, es que resulta una tarea de titanes y, una vez más (quedó demostrado  con creces en IVAN-OFF), José Martret y Alberto Puraenvidia han realizado un triple salto mortal sin red, arriesgando tanto personal como profesionalmente para llegar a este doble parto teatral. Porque nada de esto hubiera sido posible si no existiera esa perfecta simbiosis entre estos dos grandes señores que unen texto y ambientación para transportarnos en un excitante viaje hasta el fondo de las retorcidas pasiones de la obra de Shakespeare.

Ya desde el comienzo notamos la presencia de Shakespeare en el jadeo inquietante, en la oscuridad, en ese universo organicista, en ese descenso a las oscuridades del alma humana. En Shakespeare hay mucha pedagogía (nunca olvidamos el universo isabelino en su gran “periodo trágico”) y, como en los manuales de buenas costumbres, nos susurra al oído mandamientos de cuyo cumplimiento dependían la propia vida, la obra y el futuro: el rey lo es por derecho divino; nunca ataques a un rey: estarás atacando a la sociedad toda; El mundo y la naturaleza toda se revuelven (naturaleza solidaria) frente al desequilibrio causado por la pérdida de un rey en una jerarquía descabezada; el equilibrio se restablece con derramamiento de sangre; aunque tus pasiones te puedan cegar, no aspires al vértice de la pirámide… y, sobre todo, el tremendo dilema de la libertad. En una sociedad de clases, todo está trazado, todo se sabe. Como elementos de ese plano terrenal, pesan mucho el destino y la magia; es el territorio de lo subconsciente, de apariencias y fingimientos (“fair is foul and foul is fair”), de cumplir los presagios,  asumir lo inmutable y aceptar la caducidad de todo empeño humano.

El aire vintage que impregna cada palmo de esta Pensión de las Pulgas, donde Alberto vuelve a superarse en elegancia y buen gusto, te traslada inmediatamente a ese mundo de seducción y poder de las grandes multinacionales de los años cincuenta. El mobiliario, los colores, el vestuario… todo está medido milimétricamente para atraparnos en un espacio convertido en trampantojo que nos embauca para presentar esta arrolladora historia atemporal. En realidad, no necesita de entornos definidos porque, al fin y al cabo, nos está hablando de todos esos bajos instintos que son tan viejos como el propio mundo.

Recomendaría que antes de ver esta obra  se leyera o se volviera a revisar el texto original para ser conscientes del enorme esfuerzo y la labor titánica que supone deconstruir un clásico de Shakespeare para volver a componerlo totalmente renovado, pero sin perder un ápice de su esencia ni de su verbo. Y, una vez empapados del espíritu primigenio de la obra, relajarse, penetrar en este nuevo santuario teatral y dejarse llevar.

Temblar de emoción cada vez que se produce un encuentro entre Macbeth y su esposa. Francisco Boira y Rocío Muñoz-Cobo enfundan perfectamente el papel de estas dos hienas sedientas de poder y ambición y consiguen transmitirnos a la vez el sufrimiento que conlleva transitar continuamente por el lado oscuro del alma humana. Sentir la angustia ante la presencia de esas pérfidas brujas que juegan con las pasiones de los humanos. Éstos eran algunos de los personajes que más curiosidad nos despertaban porque no acababamos de ver cómo podían haberlos integrado en este ambiente. Pero, desde el primer minuto de la representación, Rocío Calvo (Pilar Matas en otras ocasiones) y Maribel Luis se apoderan del espacio, se hacen omnipresentes; incluso cuando no están en escena,  sientes que su aliento está cerca. Era difícil no caer en lo grotesco o en la caricatura y salen completamente indemnes. Cada una de sus apariciones produce el gélido escalofrío del contacto con ese otro mundo que mueve todos los hilos del mundo shakesperiano. Está cantado que estas dos actrices se van a repartir premios y consideraciones. ¡Cuánto aplomo y solidez nos transmiten ese otro dúo de caballeros leales que se ven arrastrados y defenestrados por la locura de Macbeht!  Daniel Pérez Prada nos presenta a un Banquo fiel, pero suficientemente inteligente para desconfiar de su gran amigo y verdugo que, sin embargo, no consigue escapar a su furia. Mientras, Pepe Ocio atrapa el personaje de Macduff para mostrarnos cómo la entrega a una causa justa es motivo para destruir todo el mundo que le rodea.

O como bajo el peso de una mentira, Manuel Castillo enfundado en un Malcom que se mueve entre la acusación y la esperanza, pone a prueba la fidelidad de Macduff.

Y por último, y no por ello menos importante,  elogiamos una vez más (y van…) a la que hoy en día consideramos la reina del “off” en Madrid. Encarnando a un personaje inventado (que a la vez son muchos)  por el propio Martret, Inma Cuevas nos deleita, embriaga, subyuga y atrapa con su Camelia. Da igual que nos dé una charla sobre economía, nos amenice deliciosamente una cena o nos emocione anunciando una muerte. Ella es ese diamante que luce perfecto en cualquier situación y que no sólo estoy seguro desean y codician muchos directores, sino que nosotros, como espectadores, somos capaces de dejarnos cegar una y otra vez por su brillo y su calidad como actriz.

No hace falta ser ninguna bruja de las obras de Shakespeare para adivinar que el futuro de La Casa de las Pulgas está ya consolidado y que, gracias al arte de José Martret y Alberto Puraenvidia (paridores de genialidad), podemos sentirnos orgullosos al disfrutar en Madrid de una calidad teatral que para sí quisieran todas las ciudades.

 

Dirección: José Martret
Autor: José Martret a partir de la obra Macbeth, de  William Shakespeare.
Reparto: Francisco Boira, Rocio Calvo o Pilar Matas, Manuel Castillo, Inma Cuevas, Victor Duplá, Maribel Luis, Rocio Muñoz-Cobo, Pepe Ocio, Francisco Olmo y  Dani Perez Prada.
Vestuario: Lupe Valero, con la colaboración especial de Lorenzo Caprile
Peluquería y Maquillaje: Chema Noci
Fotografías: Jesús Ugalde

LA PENSIÓN DE LAS PULGAS