…como flor de azahares sobre la tierra…

   Nell Leyshon, boomer de la productiva época de los años 60, ha recorrido caminos literarios por campos de la novela, el teatro y el drama radiofónico. Corona ahora otro de sus procesos de creación con el traslado de su novela “The colour of milk” a la corte del teatro, con todos sus códigos y etiquetas. Uno de los rasgos diferenciadores de su escritura es cómo cuenta las historias y el punto de vista que adopta. Creada originalmente en su lengua materna, Mariano Peyrou se hace cargo de la traducción y es la misma autora quien retiene para sí la adaptación de la obra con toda la dificultad que supone. Estrenada en el Arriaga de Bilbao en diciembre pasado, recala en Madrid con la misma producción por parte de Tanttaka Teatroa.

   Ubicada en la Inglaterra rural del primer tercio del siglo XIX, Mary, sin apellidos, es una chica de quince años con distintivos rasgos físicos y un asertivo y sincero carácter. No sabe leer ni escribir, pero su sueño es ser profesora. En su familia, centrada en el abundante trabajo y el escaso dinero, solo hay una corriente de simpatía mutua con su abuelo. Su padre, ante lo que considera la improductividad bruta de su género, la fuerza a asistir domésticamente en la casa de un vicario cuya esposa, enferma, necesita ayuda y compañía. Surgen temas como el clasismo, la explotación laboral de la infancia, el sexismo, el crecimiento de los derechos de las mujeres, el sistema judicial y sus defectos, las religiones y el resignado conformismo impuesto, el analfabetismo y sus consecuencias en terrenos de identidad, la cultura, con su capacidad de evasión y sus desiguales vías de acceso, las supersticiones populares, etc.

   Fernando Bernués dirige esta propuesta y se ocupa también de la escenografía y la iluminación. Su poderosa plástica envuelve la acción en colinas de sillas y pieles de cordero como versátil espacio del conflicto en sus dos ámbitos: el doméstico y el laboral. El vacío escénico lo llenan los personajes y la estimulada imaginación de los espectadores. El vestuario de Ikerne Giménez es exquisito en sus tonalidades, sencillez y diseño. Aitziber Garmendia encarna a la protagonista de manera creíble y se dirige al público haciendo uso de trucos escénicos que despiertan la simpatía/empatía eficazmente. Rompe la cuarta pared y se explica y justifica en este alegato con vocación de causa general. Joseba Apaolaza, Miren Arrieta, Mireia Gabilondo, Jon Olivares y José Ramón Soroiz completan el reparto como ángulos de este opresivo polígono en el que cada paso cuesta dignidad, identidad e incluso la vida. Todos los tópicos posibles de la tradición de la novela social del XIX están aquí; no obstante, la poderosa construcción de los personajes, su individualización y el relato directo hacen que supere las fronteras de lo previsible y lo convencional.

   Heredera de Dickens y su misericordiosa mirada sobre la infancia, esta atractiva mezcla de cuento, novela y drama resucita épocas pasadas y maldiciones que aún sobreviven intactas en el subconsciente colectivo de la sociedad. Su visión existencialista se tiñe de determinismo e incluso de fatalismo. Labor de todos es revertir sus realidades y consecuencias.

Lo mejor:

La eficaz y directa narración de los hechos y el diseño de los personajes.

Lo peor:

La inadecuación del vocabulario al lugar y la época en ciertos momentos.