La oscuridad de la música del corazón.

    Gaston Leroux publicó una novela de ficción gótica en 1910, aunque ya había comenzado a aparecer serializada en 1909, que se inspiraba en hechos reales y en otra novela, “Trilby” de Daphne du Maurier. Su historia trata de un ser misterioso que habitaba en los sótanos de la Ópera de París y sus intentos por atraer a una joven cantante de la que estaba enamorado.

   La Factoría de Andrew Lloyd Weber ya se había consolidado en años anteriores con hitos en el palmarés musical como Cats, Jesus Christ Superstar y Evita. En esta ocasión se alejó de temas polémicos (religión y política) y se prefirió algo protegido por la distancia geográfica y temporal.  Su versión se estrena en 1986 en Londres con el reparto histórico formado por su entonces esposa Sarah Brightman y Michael Crawford, brillantes e inolvidables ambos en voces e interpretaciones. La historia gira en torno al complejo personaje poliédrico que se esconde tras una máscara para ocultar su deformidad facial. Caprichoso, culto, sensible, tiránico y cruel, no duda en arrastrar vidas y haciendas si lo que está en juego es avanzar en su obsesión.

   La inmersión es este oscuro universo de ficción comienza con una contundente explosión que da paso a la subasta de artículos vinculados a un edificio, reconocible, que ya aparece en ruinas.  Elementos como una caja de música y la araña principal servirán para narrar la historia desde la melancolía de la decadencia actual. Se retrocede en el tiempo y aparece el cambio de titularidad del teatro y la presentación en ausencia del Fantasma, Erik (firma F.O. en sus notas). El conflicto se plantea con sus pretensiones y sus sabotajes. El argumento es de sobra conocido y transita por espacios de drama, humor, melancolía e ira. Aparece la crítica a estilos musicales y gustos anticuados frente a la frescura de Christine Daaé, la joven protagonista.

   Gerónimo Rauch, tras su paso por el West End y su experiencia en musicales capitalinos, reina como Erik en estos dominios con su potencia y calidad vocal, expresividad dramática y presencia. Talía del Val es Christine, bella y vocalmente competente, al igual que su alternante Judith Tobella. El elenco de voces es extenso y su selección aúna virtudes dramáticas y melódicas. En ocasiones, las voces amalgamadas o en registros bajos no logran ser comprensibles, en parte por el volumen, adecuado, de la música que las devora. En el foso la orquesta interpreta los acordes con potencia y calidad, asumiendo el protagonismo de la narración.

   La escenografía es rica y brillante, repitiendo los patrones del montaje de Trieste, pero con un decorado completamente nuevo adaptado a las dimensiones del espacio actual. El diseño bascula alrededor del versátil escenario giratorio de un teatro con múltiples subespacios que da paso, sutil pero eficientemente, a las diversas escenas. La riqueza de los telones y los distintos decorados (excelente el de París de noche desde el tejado de la Ópera Garnier) cobija los diversos momentos del relato. La iluminación es esencial en esta propuesta y juega con la creación y delimitación de espacios. Hay autómatas, un vestuario deslumbrante, una caracterización sorprendente, efectos especiales de altísimo nivel y la inclusión de números de magia que aumentan la creciente sensación de asombro desde el mismo comienzo, con escapismo incluido. 

   Propuesta adecuada para un público familiar, a pesar de momentos de tensión dramática e incluso violencia. Sus melodías son ya parte del imaginario colectivo de la historia de los musicales y el preciosista montaje con todos sus detalles y trucos acrecienta la admiración, el asombro y el reconocimiento de este clásico.

Lo mejor:

La calidad global de la propuesta, especialmente decorados, vestidos, concepción escénica y efectos, con un espléndido Gerónimo Rauch. Magnífica producción.

Lo peor:

Una vez más, el sonido: en algunos momentos las voces desaparecen bajo la música y no se las entiende cuando confluyen varias.