Vodka y ron.

   En 1875 el Teatro Bolshoi encargó a Tchaikovski que musicara un antiguo cuento alemán, Der geraubte Schleier, de Johann Karl August Musäus, para que fuera la base melódica de un ballet. Dos años después se estrenó y desde entonces, con diversas coreografías, El lago de los cisnes no ha sido destronado del olimpo de la danza clásica. Su portentosa música aún es paradigma de danza y sensibilidad clásicas.

   El apellido Alonso comenzó a escribir hace más de medio siglo la historia de la danza en Cuba con El Ballet clásico de Cuba – Ballet de Camagüey de Fernando Alonso y por otra parte también con la prima ballerina Alicia Alonso, que creó y representó coreografías memorables. Ahora, tras la visita hace un año del primero, entonces bajo la dirección de Regina Balaguer y con la coreografía de Rafael Saladrigas, este año y en la misma sala, el Teatro EDP Gran Vía de Madrid se presenta la misma coreografía, “este lago de cisnes” en palabras de su directora general Laura Alonso. Hija de la gran Alicia, su Ballet Clásico de Cuba Laura Alonso representa la versión que su madre diseñó y ejecutó hace décadas. La formación clásica de la compañía se ajusta a los requerimientos físicos y estéticos de esta propuesta, claramente tributaria de la tradición rusa. 

   Laura Alonso, con su férrea y tiránica vara de dirección comunica la dificultad de este ballet: “En esta lucha entre el bien y el mal se aprecia un papel extraño para el hombre, no tanto para la mujer: hay que levantarlas como si fueran plumas y esto supone una gran exigencia.” Patricia Hernández, Abraham Quiñones, Rachel Mendoza, Isais Rodríguez, Malissa Gaona y Pavel Pérez lideran el elenco en los papeles principales con técnica y sensibilidad. Resuelven con eficacia los equilibrios, giros y elevaciones y los saltos y diagonales sin problema evidente. El cuerpo de baile, bastante homogéneo en morfología anatómica y rasgos físicos, transita con dignidad por los diversos números ya paradigmáticos de este ballet. El vestuario, teatralmente efectista, recrea las épocas pasadas de un renacimiento italianizante por una parte y por otra con licencias locales al campesinado ruso (túnicas y Kokoshnik) adoptando licencias que permiten fluidez de movimientos junto con creatividad desbordada y en ocasiones extraña. 

   La escenografía mezcla con eficaz eclecticismo elementos de distintos estilos artísticos, mobiliario de desconocida adscripción y telones de sabor arcaico. Un sonido limpio pero a veces empastado y una iluminación correcta de bruscos cambios completan los aspectos técnicos de esta producción. La música grabada no suena mal, aunque la rotundidad y la vividez del directo se echen de menos. 

   Propuesta muy adecuada para la programación veraniega de la capital, se ve y se escucha con gusto este montaje de estética y disciplina clásicas.

Lo mejor:

El impagable papel del bufón y su bailarín, ágil, empático y extraordinariamente profesional. Y Patricia Hernández, pura expresividad escénica.

Lo peor:

La caja escénica, limitada en dimensiones, requiere adaptación de diagonales y movimientos escénicos. Los telones, arcaicos, no enriquecen la calidad visual de la propuesta.