Diamantes tallados en múltiples facetas.

   La Sala Exlímite habita un recinto extramuros en el barrio de Usera frente a una cuadriculada comisaría y lejos de cualquier estación de Metro conocida. Su espíritu de periferia lleva años alimentándose de vecinos incondicionales y de amantes del teatro y del senderismo por las ni llanas ni rectas calles de la zona. La Compañía, un maravilloso grupo de locos vocacionales, ha asentado sus reales allí y ha adoptado su nombre como uniforme visible y reconocible. Tras aquel mítico e inolvidable Cluster que representaron hace años, nada de su creación puede resultar indiferente.

   Siguiendo con los nombres, Ficciones (muy en la línea de Borges o Cortázar) sólo puede contener la irrealidad poliédrica en plural. La misma compañía lo explica, o complica, todo con las siguientes observaciones:

   Vivimos envueltos en relatos, medias verdades, versiones tergiversadas de la realidad, de ahí la dificultad para desentrañar la verdad de la ficción y la tendencia a construir nuestras propias ficciones. El teatro es una de ellas.

  El escenario es como un acelerador de partículas. Es el espacio donde emerge la ficción, pero al mismo tiempo siempre es una nueva oportunidad para preguntarse de qué está hecha, cuál es su sentido y naturaleza y, en última instancia, para qué la necesitamos. Crear una obra es volver a hacerse la pregunta acerca de por qué contamos historias mientras construimos una. 

   Ficciones es un desfile desbocado y fragmentado de historias y personajes que se vale de la transformación y la máscara para reflexionar sobre la naturaleza de la ficción y sobre cómo esto incide en la construcción de quienes somos y de aquello en lo que creemos, en un mundo donde las fronteras entre realidad, ficción, verdad y mentira, se han diluido.

   Parece una comedia de puertas este montaje de excentricidades que cuestiona, una vez más, el papel del juego escénico del teatro, su visión parcial y multiforme de la realidad, la validez a veces interesada de los puntos de vista y el destronado concepto de verdad omnisciente. Por un escenario circunstancial y muy teatral desfilan personajes propios del expresionismo alemán, de películas de terror delirante, tributarios de Wes Anderson o Almodóvar en el territorio de la referencia y personajes conocidos del universo cultural y del otro -couché- también. Entre todos arman una estructura dramática con el manido pretexto de ensayar algo (teatro dentro del teatro) de lo que el propio director desconoce todo. Con el envoltorio de músicas insólitamente coherentes, iluminaciones efectistas, vestuario rico y diverso, caracterizaciones sorprendentes, elementos de la “novísima” parafernalia dramática: vídeos, micrófonos, cuarta pared y su inevitable ruptura, metateatro y experimentos varios de eficacia diversa, se sirve este menú de platos y texturas contradictorios con invitados reconocibles (impagables Jorge Luis Borges y toda la familia Panero) y un guiño continuado de humor y farsa veraz. El surrealismo sirve como barniz unificador de este cómico y cruel relato de transiciones ágiles y diversas.

   Juan Ceacero dirige este texto de Fernando Delgado-Hierro. Javier Ballesteros, Ángela Boix, Leticia Etala, Beatriz Jaén, Macarena Sanz y Belén de Santiago encarnan este multiforme y numeroso dramatis personae con personajes bien cortados que presentan y humanizan los conflictos desde su disparatada génesis con atractivas adiciones sonoras (Enya, Les Misérables, bolerazos eternos…) y miles de sutiles referencias cultas y mediáticas para paladares educados con unas interpretaciones divertidas, técnicamente profesionales y muy exigentes. Transitan sin despeinarse por escenas woke, brochazos antisistema, igualitarismos, un festival gore y manifiestos identitarios sobre el país y sus fronteras no solo geográficas o políticas. 

   Una gran lección de teatro, unas grandes actuaciones y una propuesta atractiva en el territorio difuso y estimulante de lo onírico.

Lo mejor:

 Las interpretaciones (grandioso Javier Ballesteros) de un gran texto, el diseño de personajes, el vestuario, el sonido y la iluminación.

Lo peor:

 La innecesaria extensión de ciertas escenas y la pérdida de ligazón entre ellas.