La trascendencia de un barrio.

    Este sainete lírico en un acto, representante señero del género chico, se asienta en el libreto de Ricardo de la Vega y en la partitura de Tomás Bretón. Fue estrenado en el Teatro de Apolo de Madrid en febrero de 1894 bajo un triple título (La verbena de la Paloma o el boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos) que nada dejaba a la imaginación. Su popularidad fue inmediata y determinados números pasaron a convertirse en himnos de referencia de la zarzuela y el casticismo madrileño. En un acto formado por tres cuadros se narra la historia de Julián, joven cajista, quien sufre las consecuencias de un amor aparentemente no correspondido por Susana. Personajes como el boticario Don Hilarión o la tía Antonia aportan el toque de humor dadas sus peculiares características próximas al ridículo y junto con Don Sebastián, La Señá Rita y muchos otros componen un fresco del microcosmos popular madrileño.

   Dada su corta duración, se opta por extenderla con la incorporación de un prólogo cómico-lírico, Adiós, Apolo, cuya autoría se ha encomendado a Álvaro Tato. Una compañía ensaya la última representación de La verbena de la Paloma en el Teatro de Apolo, y sus componentes muestran sus preocupaciones individuales ante el cierre definitivo del local, símbolo del paso del tiempo y del avance destructor de la modernidad. Este ensayo previo inteligentemente da pie a la representación de la zarzuela completa.

   Bajo la dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra y la dirección de escena de Nuria Castejón se desenvuelven las conocidas escenas con números corales, dúos, coreografías también a cargo de la directora de escena y muchos momentos paradigmáticos del género. En el prólogo la escenografía viste el espacio de backstage del teatro, gris, funcional y poco lucido. A continuación, surge una plazuela de Lavapiés con el Café de Melilla, la botica y portales de distintos edificios. Los balcones permiten atisbar la biografía interior del barrio y se narra la vida intramuros como complemento escénico. Igualmente gris, la arquitectura resalta por su calidad de ejecución y su agobiante cierre de horizonte. La Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular de La Zarzuela, suena vibrante y enérgica, así como el coro dirigido por Antonio Fauró. Hay guiños de semántica cromática en el vestuario, toques de feminismo militante, especialmente en la primera parte, y el pícaro juego con la polisemia de la palabra.

    La orquesta y las voces de solistas y coro suenan muy bien, el vestuario es rico en su previsibilidad, la escenografía es muy bonita y todo el reparto se mueve cómodo en el escenario. Ente todos se revive esta historia de desamor y despecho con un final feliz que la justicia poética arregla tras muchos desaguisados. De nuevo, una obra de repertorio que con esta producción revive a través de personajes, historia y melodías que ya son seña de identidad.

Lo mejor:

El portentoso escenario y la adición del prólogo.

Lo peor:

La potencia de determinadas voces y la acústica no facilitan la comprensión.