Quien a los suyos se parece…

    Llega a Madrid, con más de diez años desde su bautizo en Broadway, esta criatura de genética y padrinos famosos en los “candelabros mediáticos” de Nueva York y Londres. Trey Parker, Matt Stone (South Park) y Robert López (Coco y Frozen) avalan el pedigree, al igual que los múltiples laureles e insignias que adornan el cuello del pura sangre.

   Con sospechosa unanimidad, tanto David Serrano (director) como Marcos Cámara (productor) afirman sin rubor que “es un musical clásico, con un gran final feliz. Todo es nuevo aquí, no es un musical réplica. No se trata de un producto underground ni excesivo; por eso lleva tantos años en Broadway y el West End.” Más sorprendente resulta su afirmación sobre los mormones: “El propio presidente la ha visto y la recomienda a todos sus correligionarios. Es una obra blanca y limpia que no ofende a nadie.”

   Elder Price y Elder Cunningham, jóvenes misioneros, son destinados a Uganda para bautizar y salvar espiritualmente a su población. A partir de esta casilla de inicio los dados no paran de girar y se desata la tormenta perfecta de un disparate continuado y creciente en intensidad. El tercer mundo se presenta desde la perspectiva superior del mutuo desconocimiento y las alusiones a temas políticamente incorrectos (absolutamente todos) se suceden una tras otra con un concepto circular que termina como empieza, en bucle.

   Calificado de irreverente, bizarro, atrevido, salvaje y divertido, es eso y mucho más. Con el registro de comedia musical y un indisimulado didactismo, bebe de las reconocibles fuentes del humor de Monty Python y South Park. Hace uso de todos los recursos escénicos y narrativos y confronta realidades contradictorias con la naturalidad de un niño que juega con explosivos en un laboratorio. Presenta simbología religiosa y aborda temas tabú para todas las creencias con vocabulario explícitamente extremo. Introduce la técnica del teatro dentro del teatro para, como en un diaporama, recrear escenas del pasado y de la Historia sagrada con la aparente neutralidad de la distancia. El humor es un arma muy poderosa y abre las rejas de la más feroz resistencia. Tras la inocente incorporación del sonido del timbre (llamada a puertas ajenas), se despliega todo el imaginario norteamericano en una vertiginosa e iconoclasta sucesión: caben desde la burla al concepto de familia tradicional, racismo, individualismo, violencia, tiranías y supremacismo hasta la Thermomix, Meryl Streep o Star Trek, siempre bajo el paraguas protector del American way of life.

   La enérgica actuación de los intérpretes junto con un par de temas fuerza hacen que no decaiga el ritmo narrativo. Las canciones abordan un abanico de diversos estilos y tonos emocionales (con balada incluida). Las coreografías son vistosamente excesivas en su nada oculta vertiente gay friendly. El vestuario y la caracterización en general se permiten licencias creativas en la sección africana y la tradicional uniformidad en la institucional, a pesar de agradecidas libertades específicas. Los decorados transitan entre la frialdad rectilínea de salones, aeropuertos y templos occidentales hasta la abigarrada acumulación de elementos de cómic con toques naif y costumbristas en África. La iluminación resuelve problemas eficazmente y potencia momentos estelares.

   Propuesta recomendada para mayores de 16 años, con explicitas alusiones a la sexualidad, escatología y cuestionamiento de las ideas religiosas, gustará a los muy adeptos dentro de los códigos del humor extremo.

Lo mejor:

El entusiasmo del elenco en la defensa de un disparatado argumento.

Lo peor:

Un «particular» humor de doble filo que bien lo disfrutas o te atragantas con él.